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Zsa Zsa Zsu

Same old, Same old

Same old, Same old

El jueves, me escapé un ratito del trabajo para ir a la universidad a recoger el título. No tardé demasiado, 1 hora desde que salí de la oficina, pero fue una hora llena de “recuerdos reencontrados”:

Salgo de la estación de metro, veo el bar que yo llamo “De los Simpson”, con los muñequitos de toda esta familia. Vuelvo a recorrer la interminable calle hasta llegar a la universidad. Me apresuro como siempre, para conseguir pasar el semáforo ese que tiene una isleta para los peatones en medio de dos carreteras. Corro como una loca para cruzarlo entero, pues con bastante frecuencia me quedo en el medio, a la espera de que se vuelva a poner en verde mientras lanzo juramentos por nunca alcanzar de un tirón la otra acera.

Llego a Lankopi, observo su apelotonamiento de estudiantes ansiosos por sacar las fotocopias. Paso el subterráneo, donde al oír los acordes de una guitarra, vuelvo a tener en mi mente la imagen del cantante de voz cascada que tanto me recuerda a Joaquín Sabina. Él sigue allí, con su sonrisa amable y su aspecto de “dejado” contrastando con su alegría cuando alguien le echa un cigarrillo o unos centimitos en la funda de su guitarra. Siento envidia de la buena por no ser capaz de conformarme y ser tan feliz con tan poco tal y como él lleva haciendo desde que nos conocemos. Me pregunto si será capaz de recordar las caras de los estudiantes que suelen pasar por allí todos los días y, si en algún momento, fue capaz de memorizar la mía. Yo la suya ya la tenía olvidada. Han sido los acordes de una guitarra sonando los que como un látigo, han obligado a mi mente a recordar.

Vuelvo a cruzar en rojo el último semáforo antes de entrar en la uni. Creo que no lo he respetado desde primero de carrera. Al ver mi facultad, echo un vistazo hacia las escaleras de la entrada, para ver si veo a alguien de mi clase haciendo pira o entrando a la par que yo. Pronto me doy cuenta de que va a ser un poco difícil.

Paso de largo y veo La Comercial. Niñas y niños bien, toda la pijería en acción. Barbies disfrazadas de estudiantes o estudiantes disfrazadas de Barbies, quién sabe. Miro las escaleras de La Comercial, y siento de repente el efecto “¿Está pasando algo ahí?”, que es lo que yo pienso cada vez que veo demasiada gente en esa zona. Como siempre, no pasa nada, simplemente son estudiantes que han decidido no ir a clase y están amontonados y hablando en pequeños grupitos.

Avanzo hacia el edificio principal, donde, justo a la entrada, un coche casi me atropella al salir del aparcamiento. El coche, es todo un cochazo, vamos, como siempre y, la forma de conducir, es vamos, la de siempre. La conductora me mira de mala gana como si yo tuviera la culpa de que casi me atropellara. Déjà vu.

Entro a secretaría general, me atienden con rapidez, ya que siempre han tenido los subdepartamentos como muy especializados y son bastante ágiles en todo. La encargada de los títulos me sonríe y tras darme el cilindrito azul, me desea suerte. En ese momento yo pienso que si dependo de tener este título en mano para encontrar trabajo, voy apañada. 5 años de carrera y 2 años y medio de espera para 5 minutos de trámites y un cilindrito azul con el sello de la universidad.

Salgo de secretaría. Más segura de mí misma por haber recordado todas estas cosas y dispuesta a seguir recordando más. Miro a mi alrededor. Carpetas azules de la universidad, cómo ansío tener una. ¿Por qué yo nunca he tenido? ¿No se repartían gratis a los estudiantes? Absorta en mis pensamientos y recuerdos, observo cómo un grupito de chicas se cruza conmigo. Yo miro sus carpetas, ellas miran el cilindro con el título que yo llevo en la mano. Tiene el mismo color que sus carpetas, inevitablemente se deduce lo que es. Me doy cuenta de que lo admiran y en ese momento, ya no me siento estudiante. Hace 5 minutos, podía haber pasado por uno. Al menos, así lo sentía, ahora, no.

Triste por el repentino descubrimiento, enciendo mi MP3. Ya no salto las canciones hasta encontrar una que me apetezca en ese momento. Voy pensativa y la música, sólo es un lejano murmullo. Busco en mi bolso mi móvil. Marco el número de la oficina y cuelgo al de 2 tonos. En medio minuto, mi móvil suena. Son ellos. Mis compañeros de trabajo:

Ellos: ¿Qué tal todo? ¿Ya vas a recoger el título?

Yo: No, ya lo he recogido, voy de vuelta.

Ellos: ¡Qué rapidez!. Pensábamos que llamabas porque te habías despistado por Barakaldo  y no encontrabas la boca del metro.

Yo: No, llamaba para decir que llego para comer. Quería que me esperaseis.

Ellos: ¡Jaja! Vale, ya sabes que siempre te esperamos. Además, si no tenemos sitio para ti, ya sabes que no nos importa compartir el plato...Venga, date prisa que te esperamos.

Yo: Chicos, ¿sabéis una cosa?

Ellos: ¿Qué cosa?

Yo: Ya soy como vosotros.

Se hace el silencio a ambos lados del teléfono. Ellos no entienden lo que yo acabo de decirles pues sólo parece tener significado para mí. Me despido y cuelgo.

De repente, me siento distinta.

 

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