Blogia

Zsa Zsa Zsu

That´s so sweet of you

That´s so sweet of you

Hace ya un año o así, decidí que no valía la pena hacer propósitos de año nuevo, más que nada, porque luego, cuando vemos que por una cosa u otra no hemos conseguido alguno,  nos sentimos mal. Por eso, decidí que en lugar de pensar en el “Pues de este año no pasa...” o cosas por el estilo, iba a hacer todo lo que de repente se me pasara por la cabeza. Y la primera fue, aprender a cocinar.

Aprender a cocinar no es algo que se aprende tras leer libros o hacer un par de recetas. Se puede decir eso de “sé cocinar tal o cual plato” pero “saber cocinar” son palabras mayores. Así que mi decisión-actuación consistió en aprender a cocinar algún plato o en mi caso, aprender recetas de repostería.

La repostería tiene sus ventajas, la primera es que nadie de mi familia se dedica a ello. Así que en mi caso, me ahorré las miradas de los “expertos”. La segunda de las ventajas de la repostería a mi juicio, es que como nadie espera un postre espectacular o tomarse un café con unas galletitas a media tarde, pues si no te sale bien la receta, no hace falta pedir comida china o ir a buscar una pizza si has quemado algo. Nadie tiene porqué enterarse de que la has liado parda.

Así, que ni corta ni perezosa y aprovechando el "estado ocioso" de la cocina a media tarde y el “buen tiempo” que caracteriza y acompaña nuestros fines de semana, me dispuse a aprender alguna cosilla o al menos, intentar algo distinto, para ver si se me daba bien o si se me quitaban las ganas.

El problema de todo esto, es precisamente el desconocimiento. ¿A quién preguntar? ¿De quién aprender? ¿Dónde busco? Ojalá yo hubiese tenido respuestas a todas estas preguntas, pero como fue así, hice lo que todo buen informático hace: San Google.

En este año, lo que he aprendido es lo siguiente:

1.- Elige recetas muy sencillas para empezar. Generalmente cosas que conozcas pero no sepas preparar. Busca aquellas que tengan ingredientes comunes y corrientes o que puedes encontrar en tu casa o en algún supermercado cercano o que aquellos de los que si sobra luego algo, lo puedes aprovechar. Aplícate la misma teoría para los “chismes” de cocina.

2.- Busca en Internet cómo hacerlas. Yo no tocaría webs de cocineros famosos ni de escuelas de cocina. Muchas veces, caen en los tecnicismos y si como yo, lo más cercano que has estado de la repostería ha sido entrar en una pastelería y comprar.... las posibilidades de saber de qué hablan son remotas y acaban por desmoralizar a cualquiera. Los blogs de cocina o foros son bastante asequibles. Si tienes una duda, basta preguntar o en su caso, leer los comentarios, pues puede que la pregunta ya la hayan formulado antes. Si acaso, como mucho, yo recomiendo la página web de cierto cocinero vasco muy showman... es una página muy asequible para todo el mundo y la verdad sea dicha, bastante entretenida.

3.- Una vez elegida la receta, lee bien los ingredientes, los pasos a seguir y sobre todo, las cantidades. Un buen método para asegurarnos de que las cantidades y los ingredientes son los correctos, es consultar varias fuentes. A menudo, la gente escribe recetas en las que por error o por guardarse información, omite algún paso, se le olvida alguna cifra de la cantidad o dan por supuestas ciertas cosas.

4.- Aunque no conviene tirar la casa por la ventana y dejarse medio sueldo en una receta que no sabemos si vamos a ser capaces de hacerla, hay ingredientes que sí o sí tienen unas marcas de confianza. Y vale la pena gastarse un par de euros más en ellos. En mi primera receta, cometí el error de comprar todo de marca salvo el ingrediente principal, debido a que no hice yo la compra. La receta salió riquísima y cuando quise repetirla cambié a la marca de confianza. El resultado es que mejoró en sabor y adquirió un aspecto mucho más apetecible. A día de hoy, sigo manteniendo esa misma marca.

5.- Si nunca has hecho repostería y como en mi caso, en tu cocina no hay ningún utensilio, asume que lo más probable sea que necesites algún instrumental para cada receta distinta que hagas. En estos casos, aplica la media entre los puntos 1 y 4. Si al final ves que los necesitas, primero compara precios y contrasta opiniones en foros para saber qué marca o qué material es el adecuado.

6.- Cuando veas que le coges el tranquillo a unas cuantas recetas, lo normal será que cosas como montar nata, claras .... se lo dejes a un “profesional”. Estuve durante meses batiendo la nata a mano y dejándome mis ya de por sí doloridas muñecas en las recetas sin conseguir que me saliera justo como yo quería. Me cansé y me compré la batidora más normalita del mercado pero con varillas. Ahora, por cuatro euros que gasté en su día, la nata se monta en menos de 5 minutos y mis muñecas no se pasan tres días resentidas. No hay que ahorrar en el perejil ni desperdiciar tu tiempo en la parte más básica de la repostería, dedica tu atención y tus esfuerzos a cosas más complicadas.

7.- El horno. Ese gran desconocido y en mi caso, amante protector de las sartenes. Hay que sacarle provecho sí o sí. Cuando llevas ya unas cuantas recetas a tus espaldas y, sobre todo, has intentado perfeccionar las que ya te sabes, aprendes de la observación. En mi caso, aprendí que mi horno tiene la puerta demasiado holgada y que desaprovecha el calor. Como no le puedes poner remedio a esto, aprende dónde calienta más y utilízalo en tu beneficio. Si es necesario rotar la bandeja para que se haga bien por todos los lados, la rotas. Y sobre todo, es necesario entender el concepto “precalentar el horno”. Si pone “precalienta el horno a X grados” pues ¡hasta que  no se ponga a esa temperatura, no metas nada!. Este es un tema muy, pero que muy importante para todas aquellas recetas que necesitan el “golpe de calor”. Tipo bizcochos, magdalenas... si no tienen este golpe de calor, lo más probable es que se hagan más por abajo que por arriba y antes de que hayan subido del todo, ya tengas el “culete” todo quemado. También esto es importante para los éclairs o también conocidos como relámpagos. Sin este golpe de calor, no se hinchan ni queriendo, debido a que precisamente no tienen ingrediente impulsor. El día que los conseguí hacer (hice 3 intentos y me llevó una noche de pesadillas), asistí maravillada al espectáculo que supone ver cómo algo cocinado por tí crece sólo por el efecto del calor y sin necesidad de levadura.

8.- No te agobies. La repostería es para disfrutarla, para relajarte. Nunca te comprometas con nadie a preparar una receta que no tengas dominada. De esta manera, no te agobiarás si no te sale y no tendrás la inseguridad de saber si tiene buen sabor o no. Si la receta la tienes más que dominada, podrás regalar el resultado sin haberlo catado antes.

9.- Busca un grupo de personas dispuestas a probar tus recetas. Uno mismo no es buen juez. Podemos ser demasiado benévolos o demasiado duros con nosotros mismos, pero si como en mi caso, llevas al trabajo tus logros para que los prueben, te marchas un par de días y cuando vuelves al trabajo, ves el Tupper  con un post-it que dice “Está vacío”, empieza a pensar que les ha gustado lo que has cocinado y más cuando un viernes, se te acercan y te dicen: "Euskalmet indica que va a hacer muy malo el fin de semana. Igual convendría que te quedaras en casa..." ¿Indirectas? Yo creo que no tantas como directas...

 

A Penny For My Thoughts

A Penny For My Thoughts

Alguna vez, me ha dado por buscar similitudes entre el mundo de la informática y los seres humanos. Es obvio pensar que alguna debe de haber,  debido a que uno es el padre del otro.

 

Una cpu es un cuerpo humano y lo intangible de la persona, es el sistema operativo. La cpu puede mejorarse, puede adaptarse a cambios hasta que ya ha pasado tanto tiempo, que no da más de sí. A nosotros nos pasa igual, podemos intentar mejorar nuestro físico pero hasta cierto punto. Pero ¿y el sistema operativo?

 

Cuando un ordenador “nace”, únicamente tiene el sistema operativo. Es entonces cuando nos damos cuenta de que en la fábrica sólo han puesto la configuración estándar y que si de verdad queremos que sea útil a los "usuarios" y "distinguirlo del resto", tendremos que meterle “aplicaciones”. Que si una de francés, que si una de inglés, una de matemáticas, otra de lenguaje… y poco a poco, vamos copándola de “aplicaciones”. Pero un día, nos damos cuenta de que por mucho que tengamos “funcionalidad”, ha llegado el momento de tener “usuarios”. Y es entonces, cuando damos a conocer a nuestro ordenador, pero sobre todo, nuestro “sistema operativo” con todas sus “aplicaciones”.

 

Aquí viene la parte más difícil de todas. Al fin y al cabo, una de las razones principales de ser ordenador es la de relacionarnos con otros. ¿Cómo hacer para resultar ser más eficaz y útil a todos los “usuarios”? Y entonces, poco a poco, lo vas descubriendo. A unos, les interesa que sea más “amigable”, que parece poco intuitivo y claro, el "trato" se hace duro. Examinas un poco la configuración y te das cuenta de que es cierto. Intentas “configurarlo” para que sea más amigable. Otro dice que da “demasiada información”, que los informes son muy densos. Analizas un poco el problema, y ves que de alguna manera, tienen razón. Pues intentas “parametrizarlo” para que saque informes menos densos. Otro dice que por muy amigable que es, tiene un “nivel de seguridad muy alto”, así que vas, y lo primero que haces es bajar la protección del “sistema”, con lo cual, lo estás exponiendo a “usuarios no deseados”. Pero insisten, en que aunque has bajado el nivel de seguridad, los usuarios tienen “muy pocos privilegios” y no pueden acceder a parte de la funcionalidad interna, que precisamente necesitan conocer. Así que concedes privilegios a ciertos “usuarios”, aún temiendo que uno de ellos, haga alguna de las suyas y deje alguna traza que haga que tu sistema operativo quede resentido aunque le quites para siempre el "privilegio de acceso a ese usuario". Sin embargo, accedes y concedes los privilegios, pues lo que quieres, que el ordenador sea útil, y tenga “usuarios” y…

 

Y así, pasan los años y pasan los “usuarios” y todos tienen algo que opinar y algo que mejorar del “sistema operativo”. Casi todos han dejado “documentos en la memoria”, documentos que ellos necesitan, pero que nunca se van a "borrar del disco" aún cuando conviertan el sistema en pesado.

Entonces, llega un día en el que el “sistema operativo” ya no puede más. Va muy lento, le pesan los años pero sobre todo, el "uso", bueno o malo, le pesa el uso. Tantos años intentando adecuarse a ser un “ordenador de familia”, un “ordenador de oficina”, un “ordenador para el ocio”… y todo ello a la vez, le pasa factura. Uno no puede ser eficaz a todo tipo de "usuarios" porque no hay espacio, ni memoria, ni recursos "dedicados", aunque los "usuarios" crean que son únicos en tu "sistema operativo". Se puede intentar ampliar los dos tipos de memoria, limpiarlo de todo “documento” que lo ralentiza en el arranque, pero al final, siempre quedan “restos”.  

Mientras, las quejas de los “usuarios” van en aumento. Todos exigen y todos se enfadan cuando el ordenador no puede más. Y lo peor es cuando las quejas se hacen incomprensibles. Un usuario acaba de llegar a su casa, requiere algo del ordenador y no tiene la paciencia necesaria para esperar su turno. No entiende que el ordenador no es un recurso “dedicado” exclusivamente a él, puede que no rinda como debe por "tener procesos corriendo en segundo plano", procesos de "prioridad más alta" pues afectan al sistema en sí. Mientras, el ordenador permanece impasible, pues poco puede hacer ante la situación y sabe que en el fondo, no a todos los "usuarios" les interesa lo que pasa en el sistema y muy pocos lo podrían comprender. 

 

Sin embargo, un día el propio "sistema operativo", viendo la situación, toma conciencia y decide “cuidar” al ordenador. Le da por hacer un escaneo de su “disco duro”, lleva a cabo una serie de “pruebas de rendimiento” y se da cuenta, de que cada usuario ha requerido una de sus funcionalidades al 100% y sin embargo, pocos de ellos se han preocupado de “pasarle el antivirus”, “borrar archivos que ya no necesitaban”, “liberar espacio en disco”, “meterle herramientas de seguridad”…  En fin, ese tipo de cosas que cualquier "usuario" que quiera al "ordenador" y se preocupe por él , debería hacer. Hay mucho pseudo-informático sin conocimientos campando a sus anchas y que únicamente se preocupan por usar el ordenador para “navegar por internet”, “ver películas” o “jugar a videojuegos”.

 

Un día, sin previo aviso, el sistema operativo, decide poner el “reproductor de música”, “quitarle los privilegios” a todos los “usuarios”, poner contraseña de acceso a su sistema operativo y “bloquear el equipo”. Lo deja en stand-by hasta tener la información de las “estadísticas del sistema” y ver qué recomendaciones se dan al respecto. El "usuario" que necesite tener acceso al ordenador deberá o bien averiguar la contraseña o conseguir que el administrador se la dé.

 

Elevator please!!!

Elevator please!!!

No conozco a nadie que haya leído los Estatutos de la Comunidad. Tampoco es que yo vaya preguntando por ahí. Pero quizá valiera la pena saber si los dichosos Estatutos son comunes a todas las Comunidades o pueden ser adaptados y/o ampliados libremente.

A lo que me refiero es que si yo pudiera, propondría actualizar los Estatutos de mi Comunidad de Vecinos. En concreto, añadiría un apartado acerca del comportamiento de los vecinos que usan el ascensor.

¿Que a qué viene esto? Pues simple y llanamente viene a cuento de las temidas conversaciones de ascensor. Qué manía tiene la gente con intentar entablar conversación en ellos. Vamos a ver, es algo que no comprendo del todo. ¿Cuánto dura un trayecto en ascensor? ¿30 segundos? ¿Y por qué narices hay que entablar la típica charlita meteorológica? Por esa regla de tres, coger todos los días el mismo tren y montarse en el mismo vagón, supone que casi a final de año deberíamos hacer una cena de viajeros...

El caso es que el otro día, entraba en el portal a la noche y coincidí en el rellano y esperando al ascensor, con una vecina de estas “de toda la vida”. Con esto quiero decir que es la típica vecina que ha estado ahí desde que tú naciste y, por ello, se conoce todos los “trapos” de la Comunidad. Esto tiene su lado negativo, que es que lo que no conoce, lo pregunta, pero su forma de obtener información dista mucho de lo que llamamos disimuladamente, porque como dice mi madre, llegando a una edad, se pierde todo el sentido del ridículo. La conversación (bueno interrogatorio más bien) mantenida, fue digna de las mejores películas. Doy gracias por vivir en el piso que vivo y no en el último porque sino, la tortura habría sido eterna. Transcurrió justo así:

En el portal, esperando a que el ascensor llegue. Estoy con la ropa del gimnasio, la mochila y un poco de sudor.

Yo: Hola.

Vecina: Hola. (me mira de arriba abajo. Vale, precisamente no es mi mejor vestimenta ni estoy digamos muy bella, pero es que vengo del gimnasio).

Vecina: ¿Qué ha sido de la perra? ¿Ya no la tenéis no? No me extraña, como ya la teníais desde hace tantos años...

Yo: (alucinando, ¿tantos años? ¿Acaba de matarme a la perra?). No, la perra sigue como siempre. No le pasa nada malo.

Vecina: Ah! Bueno, será que no la veo puesto que desde que empezó el invierno, no he vuelto a ir al parque ni al monte... así que no coincidimos.

Llega el ascensor. Subimos. Pregunto por el piso porque a pesar de llevar toda la vida de vecinas, soy incapaz de acordarme del piso de nadie (bueno, sí, del mío).

Vecina: ¿Vienes del gimnasio o de estudiar? Llevas una mochila.

Yo: Del gimnasio. Yo ya no estudio, trabajo.

Vecina: así, claro. Ya es un poco tarde para vuelvas a estudiar.

Yo: (¿?????????? ¿Tarde? ¿Volver a estudiar?). No si yo ya llevo trabajando 3 años.

Vecina: Ah! O sea, que no fuiste a la universidad ¿no? No me extraña que no vuelvas, si es que ya no se puede, ya es un pelín tarde para que lo intentes...

Yo: no, si terminé la carrera. (¿Me está diciendo que no me cree capaz de terminar los estudios?).

Vecina: Pero bueno! Pues sí que ha pasado el tiempo. ¿Pero vamos a ver, tú no eres la pequeña?

Yo: no, yo soy la mayor.

Vecina: ¿Seguro? ¿Quién lo diría?

Yo: sí. (Por fin algo agradable... supongo)

El ascensor llega a mi piso. Me despido sonriendo (qué le voy a hacer, yo siempre manteniendo mi cara de encanto) mientras pienso en que mi madre tiene razón, llegados a ciertas edades, el sentido del ridículo desaparece misteriosamente para dejar en su lugar, una curiosidad hacia los demás más bien cercana a lo vergonzoso.

Lo peor es que tiene toda la pinta de haber llegado a su casa y durante la cena, haber contado nuestra ”charla” del ascensor. Seguro que es de estas que te hace una pregunta para luego cual Colombo o Kojak, intentar sacar sus conclusiones. Erróneas casi seguro. Sólo de pensar que me ha matado a la perra sólo porque ella no pasea por el parque y no se ven... Por esa regla de tres, yo debo de vivir casi sola en el edificio...

A veces me da miedo vivir donde vivo. ¿Qué contará de mi la gente? ¿Cuánto se habrán inventado de mi vida y cuántos secretos míos se saben? Menos mal que por suerte no hay nada escabroso ni nada de lo que me avergüence. Aún.

Unsynchronized

Unsynchronized

It´s my time. It´s time for me. "Me" time.

It´s my time. It´s time for me. "Me" time.

Hace mucho que no escribo, pero mucho, mucho. No tengo perdón, lo sé. En mi defensa, diré que estaba (estoy) carente de ideas. Sin embargo, he escrito mentalmente, muchos blogs.

Llevo unos meses agotadores. Entre estudiar, trabajar y dedicarme a hacer algo de deporte, me faltan horas del día. Pero este mes termino de estudiar. En parte tengo ganas, porque estoy cansada de tanto ajetreo diario, pero he conocido a gente muy maja y sé que después de pasar 5 horas diarias juntos, pues las cosas cuando vuelvan a la normalidad no van a ser “normales” pues la normalidad ha sido sustituida por esta otra. Este curso, me ha servido no sólo para refrescar una tecnología que ya tenía olvidada, sino para aprender nuevas que ni siquiera conocía y de paso, para liberarme un poco del trabajo. Llevo unos meses tan “quemada” que esas 5 horas diarias de cursillo, aunque pesadas, me saben a gloria. Me saben al recuerdo de la universidad, de los descansos entre clase y clase, de los “recreos” de los que no queríamos volver cuando sabíamos que tocaba una asignatura  “chapa”. Lo echaré de menos.

Lo que toca ahora, es lo más difícil. Primero porque quiero que en la empresa (bueno, en mi departamento) me hagan un hueco para programar. Estoy harta de esperar a que entre una incidencia por el Outlook para tener que resolverla. Mantenimiento es una de las peores cosas que un programador puede hacer y francamente, mantener aplicaciones que tienen más de 5 años, sin un funcional (no hablo de funcional desactualizado, hablo de un funcional), sin los analistas o programadores que en su día lo desarrollaron, en tecnologías ya obsoletas y encima tener que resolver la incidencia en menos de lo que canta un gallo porque sino te llaman lenta, es algo a lo que no aspiro a tirarme otro año. Negaré haber dicho lo que ahora voy a decir, pero por muy nerviosa que me ponga programar, quiero programar. Quiero programar algo por primera vez, no quiero mantener un código indescifrable desarrollado por otro.

A veces tengo la sensación de que en mi departamento no me entienden. Es como cuando gritas en medio del monte porque necesitas que alguien te conteste pero nadie te oye. Y sé porqué es. No puedo pretender hacerle entender a alguien que dejó la universidad hace más de 30 años, que ahora las incidencias y programar no es como hacer una “move”. Las cosas no son tan sencillas. Pero eso no entra en la cabeza de gente que nunca se ha dedicado a ello. Y para muestra un botón, no saben ni cuáles son las tecnologías actuales. No sé si es porque no tienen porqué saber estas cosas o es que no les interesa para nada porque no es su trabajo.

Además, tengo la sensación de que hoy en día, o programas en alguna tecnología actual, o estás acabado. Suena triste, pero es ahora o nunca. Si no programas, nunca adquirirás experiencia y por lo tanto, progresar, si ya es difícil de por sí, se convierte en una odisea.

Si a eso le sumamos, que me muevo en un departamento en el que como bien dicen algunos compañeros, toda iniciativa por parte del trabajador resulta aniquilada al primer atisbo de asomar la cabeza... y es que es cierto. En lo que llevo trabajando en el departamento, las ideas sólo pueden salir de la boca de la misma persona y las opiniones sólo son escuchadas si vienen de la misma. Al resto, se nos corta la libertad, las alas y lo que es peor, te “ocultan” la información.

El otro día, un compañero, cabreado, soltó en voz alta “me siento desaprovechado”. Esto me llegó al alma. Primero, no sólo porque le comprendía, sino porque justo el día anterior, yo había hecho mentalmente el mismo comentario. A veces creo que nos leemos el pensamiento. Me sentí de alguna manera aliviada, supongo que por pensar que mal de muchos.... y por otra, porque en el fondo, yo soy afortunada. No tengo “cargas familiares” (expresión horrible donde las haya) ni pareja ni nadie a quien rendir cuentas más que a mí. No estoy anclada a una cuenta vivienda ni a un crédito ni a nada. Sólo me debo a mí misma y por ello, puedo decidir.

Puedo decidir que estoy harta de algo y puedo largarme. Puedo quedarme y ver si las cosas mejoran este año. Puedo hartarme de ganar lo que gano y aspirar a algo mejor... puede darme el berrinche y decidir marcharme a trabajar fuera de aquí o del país (últimamente veo el país con un futuro más negro...) , qué más da... y supongo que por eso me he apuntado a un curso de 5 horas diarias, aunque me haya quedado sin los 15 días de vacaciones que tenía y haya seguido yendo a trabajar. Aunque me haya costado casi todo el dinero que había ahorrado después de comprarme el coche. Pero tengo esa suerte de no deberme a nadie y ahora mismo y por eso, soy afortunada.

Por lo demás, mi vida ha cambiado bastante estos meses. Y según muchos a mi alrededor, no sólo me ha cambiado un poco el carácter (a bien, que nadie piense mal), sino también el aspecto (también a mejor, y esto no lo digo yo).

 

Rediscovering ourselves

Rediscovering ourselves

Parece que fue hace siglos cuando escribí el anterior post y mirando el calendario, me he dado cuenta de que tampoco ha pasado tanto tiempo.

En estos días, la situación ha mejorado un poco. Al final, octubre ha usurpado el sitio de septiembre en nuestra vida y aunque en mi caso, no ha sido una mejora radical, sí ha supuesto una mejora.

Suele decirse que después de la tormenta, siempre llega la calma. Nunca me he tomado al pie de la letra esto, pero sí que reconozco que cuando uno ha tocado fondo en lo que a agobios, rabia, enfados... se refiere, ese tifón de sentimientos negativos hacen que nos agotemos tanto, que ya nos rindamos y aceptemos la realidad.

Desde el momento en que escribí el blog, ciertas cosas han cambiado. En primer lugar, la actitud de la gente del trabajo. Algo de mella sí que debí de hacerles por ciertos comentarios/actitudes/acciones que últimamente vengo notando:

 Para empezar, la gente se dirige a mí de manera más amable. Hace días, me transmitían su agobio, su estrés, sus exigencias hacia mi trabajo. Parece que por fin se han dado cuenta de que yo no necesito que nadie me diga que me esfuerce más o mejore en tal cosa, yo siempre he sido autoexigente.

En segundo lugar, noto que otras muchas personas tienden a intentar volver a tener conmigo la relación que antes tenían. No sé muy bien porqué, pero supongo que es una manera de admitir que todos tenemos la culpa en la cadena de acontecimientos que se han sucedido en septiembre. He de decir que soy una persona a la que los sentimientos se le notan por todos los poros de mi piel y creo que muchos están echando de menos la persona que suelo ser. En su defensa, yo diré que yo también me echo de menos. Echo de menos la persona que he sido y odio a la persona en que me he convertido en septiembre. Nunca me había mostrado así y aunque me arrepiento de enseñar ese lado negativo recientemente desarrollado, no puedo evitar sentir que de alguna manera, ese lado tenía que haber salido por algún sitio, no puedo corresponder a todos los acontecimientos de mi vida con una sonrisa de oreja a oreja y poner la otra mejilla. Sé que muy pronto volveré a ser la misma, pero también sé que la persona que he odiado estos días, puede volver a aparecer.

Por otra parte, he descubierto que hay gente del trabajo que de verdad se preocupan por sus compañeros y son capaces de fijarse en si un día tu forma de ser no es la de siempre. Todos intentamos pensar que trabajamos para vivir en lugar de vivir para trabajar, pero muy pocos pensamos que el trabajo, también es una parte de nuestra vida y que por lo tanto, aunque parezca que tu compañero de al lado es sólo eso, en el fondo, es una persona con sentimientos, que un día viene melancólico, otro día viene alegre, otro viene cabreado... y que aunque intente (todos lo intentamos) dejar sus sentimientos y venir neutral a trabajar, es imposible. Entonces, en este punto yo me pregunto: ¿por qué intentar ocultar nuestros sentimientos ante nuestros compañeros? ¿Por qué ignorar que a tu compañero de proyecto le pasa algo hoy? Pensándolo fríamente, pasamos con ellos más de 8 horas diarias. Eso es más de lo que yo paso con mis amigos y familia. Yo sé cuándo alguien está alterado, triste, enfadado... y si tengo la suficiente confianza y veo que no me lo cuenta, voy y le preguntó que qué le pasa. Puede que no seamos los mejores amigos, pero sí pasamos 8 horas uno al lado del otro, trabajando codo con codo y si de verdad quiere contármelo, yo pondré mi atención y si no quiere, pues ahí queda mi ofrecimiento.

Hasta ahora, esta era mi actitud y yo pensaba que estaba loca por no ser correspondida por nadie de mi alrededor, pero he comprobado en estos días, que sí que hay gente que sigue mi misma filosofía aunque no sea tan patente. Es de agradecer saber que existen.

 

Isn´t this enough for the moment?

Isn´t this enough for the moment?

Oficialmente el mes de septiembre me está cansando de hartar. Por favor, que alguien termine con él antes de que él termine con nosotros.

Cuando iba al colegio, septiembre era como el mes tonto, sólo superado por junio. Ahora, trabajando, septiembre me asquea. O al menos, este año me asquea. Estoy literalmente harta. H-A-R-T-A, con mayúsculas y hasta separado por guiones para que se vea mejor.

Harta de que me den "carta blanca" (o sea, que no me hayan dado un funcional después de casi 6 meses) y ahora que voy a pasar a producción me digan: ah, pero es que esto no era así como lo queríamos.

Harta de que no me digan cuáles son los requisitos técnicos y ahora que voy a instalar, tenga que hacer las modificaciones de una aplicación estándar para que se ajuste a estándares que hasta ahora nadie me había impuesto.

Harta de que hayan pasado de mi hasta el punto de no preocuparse de si conocía la tecnología (para qué, si con 3 manuales de 400 páginas y un número de teléfono ya basta) y ahora se sorprendan cuando yo les digo que si no viene en el manual, es difícil que yo lo sepa.

Harta de que digan que soy lenta y que no termino las cosas. Que alguien me explique cómo terminar algo si no tienes un documento que te diga qué es lo que tienes que hacer y cuándo estará bien.

Harta de que nadie (aparte de mí) haya probado la aplicación. Si luego hay que hacer cambios, será sobre la versión de producción.

Harta de que digan que llevo año y medio con la aplicación cuando que yo sepa, en enero no me habían montado ni la infraestructura. Difícilmente se empieza sin la tecnología instalada.

Harta de que digan que yo genero problemas (sí, problemas) cuando vienen diciendo que han descubierto que hay requisitos técnicos y que mi aplicación no los cumple (a ver si alguien me avisa antes de empezar) y que todo esto, lo genero yo.

Harta de que cuando por fin termino, resulta que dicen que hay mucho trabajo. No me digan a qué me tengo que dedicar y cuando me lo dicen, sigo sin documentación y sin poder preguntar a nadie. ¿Cómo se prueba una aplicación que no conoces sin ni siquiera saber qué es lo que hace?

Harta de que cada vez que pregunte, la gente te mire como diciendo: ya está la cansina esta preguntando de nuevo.

Harta de que todo el mundo sepa que yo tengo razón pero nadie me defienda delante de los jefes, ni aún cuando saben lo mal que lo estoy pasando.

Harta de que hayan pasado 3 semanas desde que les dije que tengo que inscribirme a un postgrado, con fecha de fin esta semana y que no pueda inscribirme porque hasta que no me digan si sí o si no, no puedo rellenar el formulario, de inscripción, no vaya a ser que tenga 1500 euracos de penalización.

Harta de que digan que si no me dan el permiso, será porque voy lenta, porque no termino las cosas (las de arriba, sí, esas), que no les pongo más que problemas tecnológicos (juraría que era al revés) y que me dijeron desde el principio las cosas bien dichas (debieron de hablarme mientras yo miraba para otro lado y el correo de empresa me debió de perder sus emails...).

Lo dicho, H-A-R-T-A.

Como se me hinchen las narices, igual les doy de verdad un problema: dimito y que se queden colgados, sin poner a producción (a ver quién es el guapo que instala esa tecnología y la configura) y con sus 3 manualitos de 400 páginas y su teléfono de la esperanza. Y qué agusto me iba a quedar, porque esto de aguantarte los comentarios y tener ganas de llorar de rabia...

Según ellos, otro berrinche de los míos. Que cada uno juzgue. Yo digo que lástima de crisis y lástima de pocas oportunidades laborales.

Wake me up when September ends

Wake  me up when September ends

Ya estoy de vuelta.

Un verano para recordar. Así de simple y complicado se puede resumir este agosto. No lo olvidaré precisamente porque no se repetirá. No es porque no quiera repetir, es porque 21 días en una ciudad, en un país, da para mucho y a una se le hace la boca agua sólo de pensar qué otros países y ciudades se pueden descubrir en otros 21 días.

El caso es que mi corazoncito se ha quedado ahí. No todo, pero sí gran parte. Que a nadie le extrañe y de hecho creo que por todos los que me conocen es bien sabido, que no me gusta vivir donde vivo. Vale, sí, me gusta mi ciudad, pero estoy hasta las narices de hablar el mismo idioma. No llevo toda mi vida estudiando inglés y ahora francés para que quede bonito en un currículum. Y creo que queda bastante patente que mi idioma predilecto ha sido, es y será, inglés. Tan odiado por casi todos y tan amado por mí. Pues eso es lo que he hecho en Toronto. Amarlo aún más. He comprobado cómo me defiendo, cómo no necesito pensar qué voy a decirle al tío de al lado y traducirlo inmediatamente al inglés. Porque me sale. Me sale solo. Me sale hasta tomarles el pelo y bromear con ellos y entiendo sus bromas.

Lástima que mi empresa no tenga delegación allí. Lástima que esa ciudad esté exáctamente a 9 horas en avión del resto de mi vida. Lástima. Por lo demás, casi como que ni me importaba irme para allí. Supongo que echaría de menos a la gente de aquí, a mi familia, a mis amigos, las costumbres... pero sé que me iba a adaptar, eso sí, no sin antes sentir pánico ante lo nuevo, pánico a estar sola... este tipo de pánico a lo nuevo y desconocido que a todos nos embarga.

Llevo tiempo pensando que si todos los años me planteo esto de irme a vivir a otro país, tal vez sea porque realmente necesito hacerlo. A veces, pienso en ello y me doy cuenta de que no me siento integrada y reflejada en la sociedad en la que vivo. Siento que se queda pequeñita para mí, que yo busco otros retos, busco darle otro rumbo a mi vida y que si me quedo aquí, me estancaré. Tal vez lo único que me pasa es que como cada septiembre, vengo de otra realidad y cuando vuelvo a la mía, la veo desde fuera, desde una ventanita y objetivamente pienso que ya es hora de hacer cambios. Pues sí, septiembre para muchos (yo diría casi todos) es un mes de agobios, de tristeza postvacacional, de facturas, de vuelta al cole... pero para mí, es mi época de sueños, de energías renovadas y de ganas de un cambio.

Quién sabe. Quizá este sea mi año (perdón, mi curso). Quizá aún con el sabor de Toronto me anime y por fin me decida. O quién sabe, quizá este curso me depare alguna otra sorpresa que haga que cambie de opinión.

À suivre.